La diversidad, la disrupción y la multicultura, acompañan a muchas conversaciones que se abrieron en nuestra sociedad de forma masiva. De hecho, llegaron para instalarse a la mesa de trabajo de los equipos de Recursos Humanos de todas las organizaciones. La temática es tan amplia, que a veces creemos saber de qué estamos hablando cuando nos referimos a ella, cuando en realidad solo estamos viendo un pedacito de la película. Ampliar la mirada es un muy buen objetivo.
Es por ello, que se necesita mayor participación de todos los que componen una organización, que viven, ven y participan de este fenómeno de maneras diferentes, tejiendo una trama, que es la misma, la trama humana, la trama del trabajo, de la realización personal y social; la trama de la pertenencia a algo más grande que uno mismo.
¿Qué papel ocupa cada uno de nosotros dentro lo que llamamos “inclusión”? Al mirarnos a nosotros mismos como seres distintos, surge la oportunidad de la integración. Se deben explorar las oportunidades que surgen de mirarnos a nosotros mismos como diferentes.
Solemos minimizar o no tener en cuenta las particularidades de cada uno de los integrantes de un equipo u organización, y la invitación es a despertar la sensibilidad necesaria para llegar más lejos de manera conjunta, agregando a la dimensión de los resultados, la dimensión de las relaciones.
Es importante hacer una pausa para pensar sobre esto y poner mucho énfasis en los sentidos que construimos a partir de la descripción que hacemos de las situaciones en las que estamos involucrados. Las maneras de explicar las experiencias nos generan una realidad particular que tiene mucho más que ver con lo que ME ESTÁ PASANDO, que con lo QUE ESTÁ PASANDO.
Replantear algunos conceptos no tiene que ver con polemizar, ni con ir en contra de lo establecido, o de su uso común, sino con permitirnos jugar a reflexionar un poco más allá y tener el coraje también de hacerlo de una manera llana, honesta en el sentir y con un genuino deseo de despertar, de evocar en todos nosotros una sensibilidad frente a como construimos el mundo en el que vivimos.
Cada vez que oímos la palabra “INCLUSIÓN”, la sensación es que llegamos tarde… si necesitamos incluir a alguien quiere decir que ya está excluido. Y la pregunta es ¿quién lo excluyó? ¿cuánto yo seré parte de esa realidad de inclusión al verlo excluido? Entiendo que puede parecer un juego de palabras, pero debemos sostener que con nuestro lenguaje no solo describimos la realidad, sino que también la generamos.
Nos deberíamos sentir más cómodos con el término “INTEGRACIÓN”, en donde no hay incluidos y excluidos, sino necesidad de convivencia, de coordinar de una manera efectiva para que todos ocupemos el lugar en el cual no solo estamos cómodos sino que también aportamos valor a los otros y a nosotros mismos. Es necesario recurrir al lenguaje metafórico para plantear la idea desde otro ángulo.
Un licuado y una ensalada. En el licuado los distintos integrantes de la receta (ingredientes) forman un TODO, en el cual las individualidades se han perdido. Si habláramos de un licuado “tutifruti”, no sabríamos siquiera qué frutas puntuales tiene y tendría a la vez un sabor uniforme. En cambio, una ensalada, también forma un TODO, integra distintos ingredientes, pero no los uniforma, al contrario, permite que cada uno aporte lo mejor que tiene, por ejemplo las almendras tostadas, o las semillas, que en relación de tamaño son mucho más pequeñas frente a las hojas de lechuga o el tomate; sin embargo, sin esos detalles, no sería la misma ensalada.
Entonces resultaría excelente ver a las organizaciones más parecidas a ensaladas que a licuados, ver a cada integrante por separado (las personas) y al plato que forman entre todos (el sistema). Ahora bien, ¿quién tiene la potestad entre todos esos ingredientes?, para decir “tenemos que incluir a tal otro”. ¿Quién dispone sobre quien esté fuera y quien esté dentro? ¿Cuánto tendremos que ver nosotros mismos en excluir a lo que juzgamos distinto?
Las organizaciones son diversas, no hoy… siempre lo fueron, porque las personas somos diversas. Antes nos tratábamos dentro del mundo organizacional “EN SERIE”, y la oportunidad hoy es a tratarnos “EN SERIO”. Ser para cada uno la mejor versión que podamos. Entendiendo entonces que todos somos parte de esa diversidad, ¿a qué nos referimos con MULTICULTURA? ¿Cuáles son aquellos ítems que metemos en una cultura y no en otra?, ¿cuál es límite?, ¿quién lo pone?
Si hablamos de la humanidad, podríamos arbitrariamente dividirla en dos grandes culturas: Oriente y Occidente. Y los orientales podrían ver a todos los occidentales como “iguales” o con una misma cultura, y entender o esperar de ello un comportamiento determinado.
Ahora, ¿es lo mismo ser occidental del continente europeo que del americano?, ¿es lo mismo América del Norte que América del Sur?, y dentro de América del Sur, ¿son lo mismo los países tropicales y los subtropicales?, y dentro de la parte más baja del Cono Sur … ¿es igual la cultura uruguaya a la argentina o a la chilena?
Dentro de Argentina, ¿es lo mismo ser de Córdoba que de Santa Fe o de Buenos Aires?, y dentro de Buenos Aires, ¿es lo mismo el Gran Buenos Aires que Ciudad Autónoma de Buenos Aires?, y dentro de Ciudad Autónoma de Buenos Aires, ¿es lo mismo Núñez que La Boca o Palermo?, y dentro de cualquier barrio, ¿es lo mismo si vives en departamento que en casa?, y dentro de una misma casa, ¿es igual ser el hermano mayor que el menor, que el del medio, que hijo único o mellizo? Claramente no… o claramente sí… Depende de las variables que tomemos en cuenta para englobar una cultura, quedarán algunos fuera y otros dentro. Y con esto no podemos negar que haya características comunes.
En las generaciones laborales tenemos un claro ejemplo de esto. Sin embargo, dentro de una misma generación, estamos vos, yo, él, y cada cual con sus matices. Entonces todos somos diferentes, distintos, diversos… y estamos en convivencia, quizá no en una forma satisfactoria, por lo que necesitamos con urgencia replantearnos nuestra manera de convivir, de integrarnos, sin perder nuestra particularidad, aprendiendo en ver riqueza en ella.
Todos tenemos registros en algún momento de nuestras vidas de habernos sentido “sapos de otro pozo”, por lo que fuere: por el peso, la ropa que tenía puesta, si usaba lentes, por alto, por bajo, por lindo, por feo, por tímido, por nuevo, por lo que sea; básicamente, aquellos complejos que, en mayor o menor medida, vivimos en la niñez y en la adolescencia. Seguramente de más grandes debemos tener también alguna huella de habernos sentido “sapos de otro pozo”.
Si logramos pararnos por un momento en esa huella, nos vendrá a nuestra cabeza, pero también a nuestro corazón, ¿qué nos hubiese gustado decir o hacer?, y también ¿qué nos hubiese gustado escuchar que otros dijeran para intervenir? Pero de alguna manera, esa conversación salvadora no aconteció… cuán importante es entonces empezar a distinguir y diseñar las conversaciones que suceden dentro de las organizaciones.
Hay que robustecer y enriquecer la red conversacional de una organización. Primero, haciendo un alto para revisar el tipo de conversaciones que estamos manteniendo, pudiendo eliminar las conversaciones improductivas, aprendiendo a gestionar las conversaciones difíciles y promoviendo las conversaciones necesarias para crear contextos de convivencia, en los cuales “integrar la diversidad” nos aportará y enriquecerá de sobremanera.