En los diferentes roles que me ha tocado jugar profesionalmente ha habido una constante: viajar ha sido parte de mi descripción laboral y sobretodo viajar para animar a otros a hacerlo (en grupo, individualmente o para una actividad específica)
Seguro que todos los que nos dedicamos a esta apasionante tarea de la promoción hemos sido cuestionados en cuanto a la cantidad de días que estamos fuera, la cantidad de kilómetros que recorremos, la cantidad de eventos en los que participamos y la cantidad de personas con las que nos relacionamos. A veces hay un dejo de envidia en quienes nos lo cuestionan, y a veces sincera curiosidad de saber… ¿y que tanto hacen cuando salen?
Mis jefes me han dicho: ¿seguro estás que tienes que ir a TODAS? De hecho en una posada en el CPTM recuerdo que un Director Administrativo en los premios (de chiste) que otorgaba a los funcionarios no dudó en otorgarme el «más viaticado». Vale la aclaración que en instituciones públicas hay una cantidad presupuestada anual, autorizaciones por parte de los superiores jerárquicos y límite (a veces muy justo) por día en cuanto a gasto.
Y la verdad es que me cansé de tanto tener que explicar porque creía yo que «el que no enseña no vende», o que en todos los foros en los que estuvieran los destinos competidores teníamos QUE ESTAR, o que mandando «folletos» no resolvíamos nada o finalmente que cambiar de promotor en cada evento era como tirar el dinero a la basura.
Todo el tiempo me preguntan: ¿no te cansas de viajar? ¿Alguna vez estás en casa? ¿te afecta la salud? ¿No tienes problemas con tu esposa? Y pues en el plano personal no pongo en duda que nuestro trabajo (como muchos otros) tiene muchos costos aparejados. No es fácil perderse episodios de la infancia de tus hijos, pasarte la noche en un asiento incómodo de avión, haber desperdiciado horas en aeropuertos con vuelos retrasados o llegar a tu cuarto de hotel , confundirte con el número (on toy), y que tu única compañía sea tu amiga computadora, después del ajetreado «networking».
¿Que tiene su lado amable?, lo tiene. A lo largo de estos años he hecho maravillosas amistades, aprendido tremendamente y generado grandes contactos de negocios en prácticamente todos los continentes. Si, he conocido lindos lugares, disfrutado diferentes tipos de cocinas y escuchado innumerables interpretaciones musicales magistrales. Por otro lado es común, que te bajas del avión directo al centro de convenciones, a la feria/exposición o a los salones del hotel, participas en lo que tienes que participar y regresas tal cual sin siquiera poder disfrutar un poco del «sabor» local de las tradiciones del país o ciudad a la que vayas.
Lo que si sucede con el tiempo, es que vas desarrollando hábitos que te simplifican la vida y hacen que tu experiencia de viajar por trabajo sea menos pesada, más eficiente, más sencilla y porque no, más placentera. Empiezas a «escoger» con quien te reúnes, con quienes compartes las comidas, y reservas tus tiempos para conectarte con tu casa-oficina y para pensar, leer y platicar contigo mismo. Aprendes a alimentarte sanamente, a empacar solo lo que vas a usar, a tomar mucha agua, a hacer ejercicio religiosamente estés donde estés y a limitar las bebidas alcohólicas y canapés de las famosas recepciones para «rendir» mejor y sobretodo aprendes a que cuando debes estar más apto, es cuando regresas a conectarte con los tuyos (en cuerpo y alma: calidad ya que no se puede cantidad) y a ponerte al día en la rutina de trabajo y las finanzas personales.
Lo que no debe de ponerse en duda es que no hay nada que sustituya las relaciones personales, los diálogos directos, la construcción de la confianza, la generación de empatía y sobretodo, si eres promotor, vendedor…. el salir a contar la historia.